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Bogart: Ahora dile que tiene los ojos más irresistibles que has visto en tu vida.

Allan (dirigéndose a Linda): Tienes... más ojos... los ojos más que he visto en mi vida. ¡Tienes dos ojos!


Nos situamos en Broadway, centro teatral de Nueva York. Corría el año 1969 y un desmelenado Woody Allen, aún carente de prestigio artístico, comenzaba a despertar las primeras risotadas del respetable. Paradójicamente eran tiempos donde se creía incapaz de actuar como director, su prolifera carrera apenas había comenzado, y sin embargo, ya había dejado buena muestra de su reconocible sentido del humor, "Don´t drink the water".

Las luces de Broadway comenzaban a buscar su sombra cuando escribió la obra teatral "Play it again, Sam", uno de los mayores compendios cómicos para el que esto suscribe. Aclamado por crítica y público, más de 450 representaciones, recoge las patéticas habilidades de Allan, crítico de cine, por encontrar una nueva pareja tras el abandono de su mujer. En su ayuda aparecerá el matrimonio formado por Linda Christie, su amor platónico, y Dick Christie, su mejor amigo, sin olvidar la inefable colaboración de Humphrey Bogart.

En la representación original, al propio Woody Allen le acompañan Tony Roberts, Jerry Laci y Diane Keaton, elenco de actores que repetirá en la adaptación cinematográfica aparecida tres años después, "Sueños de un seductor". Fue entre bambalinas donde surgió el conocido amorío entre Diane Keaton y Woddy Allen, relación que alcanza su plenitud cinematográfica en Annie Hall (1977), película que les condecoraría con sendos Oscars, mejor actriz y director respectivamente.



La esencia y comicidad original de "Tocala otra vez, Sam" se ha transportado al teatro Maravillas (Madrid), sin la más mínima pérdida de interés. Con una escenografía sobria pero detallada, sensiblemente iluminada y eficazmente acompasada, la obra nos sumerge en un frenesí cómico, cargado de diálogos y situaciones hilarantes, donde la risa no carece de inteligencia. "Woody Allen" se materializa a menos de tres metros de distancia, y como si de un viejo amigo se tratará, desarrolla sin tregua una sucesión de situaciones donde explota su clásico personaje, perdedor irresistible, neurótico, mordaz, disléxico, y de un incontinencia verbal irremediable, ¡sublime!.



En palabras de Luis Merlo, "no se puede imitar a un genio porque eso es perder", y menos aún si cabe, cuando ese genio se interpreta a si mismo. Personalmente albergaba ciertas dudas respecto a su papel como Woody Allen. La serenidad que me transmite, su estatura y su marcado acento, me hacían presagiar un desmembramiento entre personaje y actor. Por el contrario, su buen hacer y profundo estudio del personaje, consigue que sobre el escenario veamos sencillamente a Allan. Su nerviosismo, lenguaje corporal, vocal, atlético, y su presencia consiguen sumergirte durante los "escasos" noventa minutos de función, ¡y es que te deja con ganas de más!.

No desfallecen a su lado María Barranco (Linda Christie), José Luis Alcobendas (Dick Christie), Javier Martin (Humphrey Bogart) o la polifacética Beatriz Santana, eso si, sin llegar a la magnitud alcanzada por Luis Merlo. Que más decir..., ¡es "Woody Allen" de carne y hueso, a tiro de piedra, y actuando ante tus ojos!.



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